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06 marzo 2018

Consuelo y fortaleza en los recuerdos compartidos del futbol


Por RORY SMITH

Hace cuatro años, Steve Griffiths se percató por primera vez de que algo andaba mal: los síntomas no eran graves —poner algo en un lugar y no recordar dónde, olvidar citas que había hecho desde hace mucho—, pero le preocupaban.

Al principio Griffiths y su esposa, Heather, se preguntaron si podría ser estrés. Griffiths se encargaba de su propio negocio de neumáticos y eso implicaba largas jornadas de trabajo y muchas horas de preocupación sobre la competencia por las noches. Pensaron que renunciar al trabajo mejoraría su salud, así que Steve se retiró de forma prematura. No hubo ninguna diferencia.

Entonces, llegó un momento en el que se preguntaron si tal vez estaba experimentando las primeras etapas del párkinson. Le temblaban las manos un poco cuando hablaba; se movía con un poco de rigidez.

Sin embargo, en julio pasado, se enteró de que no era párkinson. En cambio, Steve, quien entonces tenía 60 años, recibió la noticia de que estaba en las primeras etapas de la enfermedad de Alzheimer. El diagnóstico les dio cierto alivio —“saber a qué nos estábamos enfrentando”, como dijo Heather—, pero de cualquier modo los atemorizó. “Nos tardamos un buen tiempo en asimilarlo”, comentó Heather.

Unos meses después, Steve tiene días buenos y días malos: “Hay veces en que me deprimo un poco, me siento un poco cabizbajo”. Perder su licencia para conducir, y la independencia que le otorgaba, le afectó mucho. No obstante, lo que más le duelen son las pequeñeces, las decenas que se presentan a diario. Cada una es un pequeño golpe que le da su enfermedad. Cada una mina su confianza un poco más, le carcome la conciencia de sí mismo.

Sin embargo, debajo de la neblina, Steve sigue siendo el mismo. Lo importante —la amalgama de experiencia, memoria e intereses que define a una persona— sigue estando ahí. Ha sido un aficionado al West Bromwich Albion desde que era niño y ni su estado ni los problemas recientes del equipo han cambiado eso.

Hace unos cuantos años, dejó de comprar el abono de toda la temporada: lidiar con las multitudes del partido del día era demasiado. Pero sigue yendo al estadio, solo que ahora lo hace cuando las gradas están en silencio y el campo está vacío. Junto a Heather, Steve ha asistido al estadio cada miércoles de las últimas seis semanas como parte de un programa que la fundación del West Bromwich inició hace cinco años llamado “Albion Memories”.

“Queremos energizar sus recuerdos, hacer que vuelvan a hablar”, comentó Paul Glover, el director de discapacidades de la fundación. Glover considera que la mejor manera de lograr ese objetivo es el fútbol, a través del West Bromwich, para acceder a la gran reserva de recuerdos que se crean a lo largo de la vida de un aficionado, los cuales son tan fuertes que permanecen intactos incluso cuando la demencia empieza a pasar factura de otras formas.

“Su memoria suele ser muy buena, incluso si no pueden recordar qué cenaron la noche anterior”, comentó Jan Liddell, una trabajadora social especializada en atención médica sénior del hospital de salud mental Edward Street.

Todos los miembros del grupo son pacientes del hospital Edward Street; todos han expresado un interés en el fútbol y todos, como parte de su tratamiento, han recibido la oportunidad de unirse al programa Albion Memories. “En el tema de la memoria, la cuestión es que si no se usa, se pierde”, señaló Liddell.

El formato es simple. Los participantes se sientan en semicírculo dentro de un salón del estadio, desde donde observan el campo a través de una ventana panorámica —la vista misma ayuda a la memoria, afirmó Liddell—, mientras John Homer, el líder del club de aficionados del West Bromwich y una enciclopedia andante del “Black Country”, como se le conoce a esta parte de Inglaterra, entrevista a un jugador.

Algunos de los entrevistados son parte del equipo actual, aunque Glover asegura que las estrellas del pasado obtienen las mejores reacciones no solo por los problemas actuales que enfrenta el West Bromwich, sino porque son los nombres y los rostros que recuerdan los miembros del grupo (Griffiths, quien ahora tiene 61 años, es de los más jóvenes).

Hace unas semanas, los invitados fueron Graham Lovett y Graham Williams, veteranos del equipo que ganó la FA Cup en 1968, y el exdelantero del club Micky Fudge.

“La clave es ir a su mundo, no arrastrarlos al tuyo”, mencionó Homer, quien lleva consigo viejos recortes de periódico y programas antiguos a manera de estímulos que los miembros del grupo se van pasando y van leyendo con atención.

El impacto clínico de la soledad es enorme”.TONY JAMESON ALLEN, COFUNDADOR DE SPORTING MEMORIES FOUNDATION

Algunos visitantes se unen con más facilidad que otros, pero siempre que Homer —o cualquiera de sus invitados— llega con un jugador, aunque sea un nombre que lleva mucho tiempo en el olvido, la reacción es universal. Cuando Lovett contó la historia de un enfrentamiento en la cancha con Johnny Haynes, una estrella venerada del Fulham en la década de 1950, hubo una reacción de reconocimiento, un murmullo de aprobación.

Estas sesiones no curan la demencia; no lo pueden hacer. Sin embargo, pueden tener un efecto profundo. Una parte está relacionada con el simple acto de socializar, mencionaron los organizadores, pues muchas de las personas que viven con demencia terminan cada vez más aislados.

“El impacto clínico de la soledad es enorme”, explicó Tony Jameson Allen, cofundador de Sporting Memories Foundation, una organización que utiliza terapias similares con recuerdos en más de cien programas de este tipo en el Reino Unido. “La gente con demencia suele ver cómo sus círculos sociales se reducen de forma significativa. Grupos como este pueden ser muy efectivos”.

El futbol se está usando cada vez más como su foco de atención. Varios equipos —entre ellos el Everton y el Wolverhampton Wanderers, rivales a muerte del West Bromwich a nivel local— tienen programas similares, y el Museo Nacional del Fútbol en Mánchester también abre sus puertas a los pacientes que sufren demencia.

Liddell mencionó que ha sido testigo de la eficacia del tratamiento de primera mano. “Cuando vienen, todos hablan e interactúan, y se percatan de que no están solos”, explicó. “En definitiva, les sirve para su bienestar”.

No obstante, el placer y el propósito de esas actividades reside en el acto de recordar, de ser capaces de recordar y volver a sentirse como ellos mismos.

“Esta enfermedad ataca el corazón de la identidad”, afirmó Jason Karlawish, un codirector del Centro Penn para la Memoria de la Universidad de Pensilvania. “Puede provocar un sentido fracturado de quién eres. La lógica de una actividad como esta es activar recuerdos que tienen prominencia emocional, eso trae de vuelta su identidad”.

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