La poeta, novelista y musa mexicana más famosa de mediados del siglo XX fue reconocida lo mismo por su obra que por su belleza.
La imagen, y en particular su imagen, fue fundamental para la poeta, novelista y cuentista mexicana Guadalupe Pita Amor (1918-2000). Le gustaba ser vista, que se admirara su belleza, en el cine, en el teatro, en las pinturas que eternizaron su cuerpo desnudo y, hacia el final de su vida, en los retratos que ella misma dibujaba en papeles sueltos.
“Mi belleza me la han elogiado más que mi poesía”, le gustaba repetir en público y el privado a la escritora de quien este miércoles 30 de mayo se conmemora el centenario de su nacimiento.
Su belleza la motivó a transformarse de la niña que le tenía miedo a la noche y a la soledad en la joven que practicó como nadie su libertad sexual y, posteriormente, en la mujer independiente que rechazó la maternidad y la anciana que insultaba a los transeúntes de la Zona Rosa.
La autora de Yo soy mi casa, nombre que lleva su primer poemario y su primera novela, fue captada por artistas de la talla de Diego Rivera, Roberto Montenegro, Raúl Anguiano, Juan Soriano y Antonio Peláez, entre otros.
“Fue modelo de pintores importantes y ella misma dibujaba. La imagen era vital para ella”, afirma en entrevista Michael Schuessler, quien acaba de publicar el libro Pita Amor. La undécima musa (Aguilar).
“Era fácil verla y admirarla, pero difícil estar con ella”, agrega el investigador que la conoció en 1990 y convivió con ella durante la última década de su vida.
El doctor en Lenguas y Literaturas Hispánicas, egresado de la Universidad de California en Los Ángeles, añade que Pita Amor fue “la poeta mexicana más famosa de los años 50”. Pero que la calidad de su propuesta literaria no puede apartarse de la imagen que ella quiso dejar.
“Todos recuerdan que Pita acostumbraba recorrer desnuda el Paseo de la Reforma, cubierta sólo con su abrigo de mink, o bailar sobre las mesas de los bares presumiendo su belleza.
“Ella inventó un personaje llamado Pita y al final se dejó devorar por él. En los recitales, se presentaba como Pita y decía que leería los poemas de Guadalupe Amor. Había un fuerte contraste entre su persona y su poesía. No te podías imaginar cómo alguien que regresaba de los bares a las cinco de la mañana podía dedicar esos versos a Dios. Ella misma reconocía una división entre su ser y su obra”, señala.
La escritora Elena Poniatowska Amor, sobrina de la autora de Puerta obstinada(1947) y Círculo de angustia (1948), confirma que era vanidosa. “Era muy bonita. Tenía unos ojos enormes y trenzas, se las cruzaba. Era muy vanidosa. Primero hizo cine. Una vez interpretó a un gatito con orejas. Bailaba bien. Era muy segura de sí misma”.
Poniatowska evoca a su tía como una mujer irreverente. “Diego Rivera la pintó desnuda y fue un escándalo. El retrato se presentó en una retrospectiva del muralista. A la inauguración fue Miguel Alemán. Y cuando se paró frente al cuadro, ella le dijo ‘Señor presidente, esto no es un retrato del cuerpo, es un retrato del alma’. Entonces, el presidente le contestó ‘Ay, pues que alma tan rosita tiene usted’, aludiendo al color del desnudo”.
ENTRE POLÉMICAS
La historia de “La undécima musa” comenzó el 30 de mayo de 1918, en la Ciudad de México, cuando la menor de siete hermanos, bautizada como Guadalupe Teresa Amor Schmidtlein, nació en el seno de una familia conservadora. Sus padres fueron Emmanuel Amor Suverbielle y Carolina Schmidtlein García Teruel, ambos miembros de la aristocracia mexicana.
La primera polémica pública de Pita fue a los 18 años, cuando se convirtió en amante de José Madrazo, un rico ganadero de 60 años, con quien mantuvo una larga relación. Se le involucró también en romances con toreros, pintores, artistas y escritores, además de relaciones lésbicas.
Tras su incursión como actriz en el cine y el teatro, disciplinas en las que no tuvo éxito, Pita llegó tarde a la literatura, “pero de manera explosiva”. Un día, a los 27 años de edad, cuenta la poeta en el documental Pita Amor, señora de la tinta americana, de Eduardo Sepúlveda Amor, en una servilleta y con el lápiz con el que se pintaba los ojos escribió: “Casa redonda tenía de redonda soledad…”.
Tras escribir “dos mil sonetos y mil 900 liras”, como apunta en uno de sus poemas, aplaudieron su trabajo literario creadores de la talla de Juan Rulfo, Xavier Villaurrutia, Manuel González Montesinos, José Gaos y su mentor Alfonso Reyes. Fue amiga de Frida Kahlo, María Félix, Gabriela Mistral, Salvador Novo, Pablo Picasso, Elena Garro y Juan José Arreola.
Sin embargo, en su mejor momento enfrentó una desgracia. A los 41 años decidió tener un hijo, Manuel, que nació el 19 de diciembre de 1959; pero se sintió incapaz de criarlo y se lo dio a su hermana mayor. Antes de cumplir dos años, el niño murió ahogado en una pileta.
El trágico accidente “la obligó a un mutismo creativo que duró casi una década”, explica Schuessler. “La muerte de su hijo fue un parteaguas en su vida. Ella se escondió de sí misma, se aisló. Hay un antes y un después”.
Aquí empezó la decadencia de la poeta. Su biógrafo dice que nunca volvió a escribir igual. “Perdió el misticismo y la profundidad. Se ocupaba más de cosas cotidianas”.
Poniatowska lamenta que, en sus últimos años, las calles de la Zona Rosa la vieron envejecer. “Deambulaba vestida de mariposa, de libélula, de Isadora Duncan, envuelta en chales y plumas de avestruz, colmada de joyas, flores artificiales y con la cara pintada como jícama enchilada”.
La poeta terminó en una silla de ruedas, pero conservando intactas la vanidad y la seguridad que la caracterizaron. La autora de Todos los siglos del mundo (1959) está enterrada en el Panteón Francés.
Schuessler, quien ahora trabaja en la relación de Pita con Reyes, pide que se reedite su obra literaria, “no sólo la poética, pues es autora de un libro de cuentos fabuloso, Galería de títeres, y de la novela de vanguardia Yo soy mi casa”. El Fondo de Cultura Económica reeditará este año la novela.
El catedrático de la UAM piensa que Guadalupe Amor, aunque no le gustaba hablar de su pasado, analizó mucho su vida hacia el final de sus días.
“Prueba de esta búsqueda de identidad son los autorretratos que hizo durante los 80 y 90”.