Serrat: como antes, como nunca - Ecos del Estado

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09 mayo 2018

Serrat: como antes, como nunca


Joan Manuel Serrat izó de nuevo este viernes en Vila-real (Castellón) las velas para navegar por su Mediterráneo en la gira con la que el cantautor catalán "vuelve al principio" y revisa el álbum que ha marcado su vida sobre los escenarios. Y lo hizo con la complicidad de un público que se dejó mecer en una nostalgia ajena a la melancolía, viva de recuerdos, gozos y dramas que su obra más reconocida revela como universales.

Pisó Serrat las tablas del Centro de Tecnificación Deportiva de Vila-real, junto a seis músicos, y ante más de 3.000 espectadores deseosos de seguirlo en su viaje por el tiempo.

Arrancó ya la primera ovación antes de tomar su guitarra para "sacar a pasear" a su niñez y a su primer amor con Mediterráneo, y siguió con el lamento de Qué va a ser de ti para dejar claro después con Vagabundear que "mi patria y mi guitarra las llevo en mí".

Barquito de papel desveló al Serrat más íntimo y frágil capaz al mismo tiempo de lanzar el grito desgarrador, retrato de una España de hambre y oscuridad en la posguerra, con su Pueblo blanco.

Tío Alberto le dio pie para explicar la historia del taburete rojo que le acompaña en cada concierto sobre el escenario. Una pieza de mobiliario de la Bocaccio Boite de Barcelona, discoteca de la calle Muntaner, centro de la noche intelectual catalana en los años 60 y principios de los 70, en la que la gauche divinecoqueteaba con la modernidad. Él también coqueto, pícaro y burlón deslizó sus pies sobre el escenario con la cadencia de un vals.

Regresó a su rincón más íntimo con La mujer que yo quiero y regaló Lucía a un público que apenas necesitó unas notas para estallar en aplausos. Bromeó -historias de la mili incluidas- con el respetable, dialogó y conectó, con la punzada justa de responsabilidad por cumplir ante la audiencia, pero con la tranquilidad de saberse querido y admirado -por más de un gesto espontáneo se diría que incluso idolatrado-.

Con Vencidos y Aquellas pequeñas cosas cerró la primera parte del concierto no sin antes regresar por un instante a la luz del Mediterráneo, principio y fin, "mar entre tierras". En la segunda parte del recital, Serrat se dejó llevar y mostró todas sus caras para salir al encuentro de la canción francesa de Charles Trénet y su La Mer o la copla de Tatuaje. Cantó a La Lluna y, a coro con un público entregado, recitó una vez más los versos de Machado que en su voz resuenan absolutos después de tanto camino andado. Caminante, no hay camino...

No olvidó a quienes en estos días pierden la vida en el mar "huyendo de sí mismos" y lanzó con Plany al mar y Pare ese grito de auxilio ante una naturaleza que agoniza por la indolencia del hombre.

Con Menos tu vientre y los versos de Miguel Hernández volvió a la poesía y a la mujer, ese ser por el que confesó sentir "una gran admiración". "Quién sabe cómo habría sido mi vida si hubiese sido Joana y no Joan...", dijo, para referirse a una sociedad que aún tiene marcada a fuego la desigualdad de género.

Para la libertad sonó más sanadora y necesaria que nunca y quiso despedirse con Hoy puede ser un gran día pero el público no le dejó. La insistencia de un auditorio que pedía a gritos Paraules d'amor fue recompensada con la ternura de las primeras caricias. Con el deseo de volver a reencontrarse en un futuro con el público congregado, aún sacó fuerzas para Seria fantàstic y se despidió con Fiesta, ese relato de ironía y contrastes en una Noche de San Juan.

Acabó el del Poble Sec casi obligando a irse a un hipnotizado auditorio que se resistía a poner fin a su viaje por los recuerdos.

El Mediterráneo de 1971 ya no es igual pero es el mismo. Nadie echó de menos al Serrat de hace 47 años porque el de ahora es el de siempre pero es otro, revestido de la clarividencia y la serenidad que en este medio siglo le han dado la voz de los poetas, los desheredados, los inocentes, los canallas, los enamorados y los que cantan a la libertad.

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