Que tire la primera piedra quien no haya hablado de dónde estaba y qué hacía el 11-S. El protagonista de Of Fathers and Sons, Abu Osama al-Suri, al ver caer las Torres Gemelas le pidió a Alá que le bendijera con un niño que naciera ese día. Seis años más tarde, el 11 de septiembre de 2007, nació Mohammad-Omar, hijo de este líder del Frente de al-Nusra, filial de Al Qaeda en Siria. De este padre y de sus hijos hace un retrato Talal Derki (Damasco, 1977), director de documentales que el 11 de septiembre de 2001 estaba realizando su primer curso de cine en Grecia. Vio en la televisión de la residencia de estudiantes donde vivía una escena que le pareció ficción, se fue a comer; cuando volvió, frente al televisor había un otro estudiante sirio como él -“cristiano”, señala- con las manos en la cabeza diciendo: “¡Dios mío, recuperar esto nos va a costar a los musulmanes cien años!”.
Derki vivió durante dos años con la familia de Abu Osama. Llegó a él a través de su hijo, Osama, buscaba chavales jóvenes, entusiastas, y le encontró en un campo de entrenamiento de niños para la yihad. Él le llevo hasta su padre. “Era un hombre espontáneo, muy inteligente, de las personas más inteligentes que había por allí. Un número uno desactivando bombas”, le describía el viernes en DocumentaMadrid, antes de recibir una mención especial del jurado a largometraje internacional. “Cuando le conocí, pensé: '¡Lo tengo! Aquí está la película, será difícil y peligroso pero aquí está”, agrega.
Y así, el cineasta plasma en la pantalla 98 minutos -que se pueden ver este domingo en la Cineteca de Madrid- del día a día de esta familia en la que los niños juegan (al fútbol, a fabricar una bomba casera o con la sangre de un cordero recién sacrificado), van a la escuela, a campamentos de entrenamiento para la guerra... Todos comen, rezan... Los mayores desactivan minas antipersonas, atacan al enemigo, cada disparo acompañado con un “Alá es grande”. Cuando se le pregunta si tuvo miedo, mira fijamente y contesta: “¿Tú qué crees?”. Explica que no tenía miedo de Abu Osama, pero sí de otros miembros de Al Qaeda que estaban alrededor, de los explosivos, de los bombardeos de Bachar al Asad, de los de Rusia, de un secuestro... “Todos se matan entre todos. El protagonista podía morir en cualquier momento y era la persona que me protegía, si hubiera pasado yo quedaba al descubierto. Hice un contrato con la muerte y firmé que aún no me tocaba”.
Siria es un país en guerra y a las imágenes le acompañan los sonidos: los de las bombas constantes, los de los móviles y los de los llantos femeninos cuando Abu Osama vuelve a su casa herido. La sonora es la única presencia de mujeres en lo que parece una sociedad en la que no existen. ¿Dónde están? “Detrás de los muros”, responde tajante Derki. “Su voz está prohibida. El salafismo no les permite nada, es retroceder siglos. No tienen derechos, por eso creo que debemos dar apoyo a los movimientos feministas que salgan del mundo islámico. Ellas tienen que hacer su revolución”.
El cineasta, que vive en Berlín y fue galardonado en el Festival de Sundance con el gran premio del jurado en Sundance en 2014 por Return to Homs, hace un retrato de su país en el que Siria no sale, en absoluto, bien parada. Dice que como artista tiene que defender lo que cree: “Es la guerra, un conflicto entre mentalidad abierta y radicales. Nos echaron: o te ponías a favor de Al Asad, o de los radicales. Yo decidí seguir mi vida. Con la película pretendo mostrar el dolor real a las nuevas generaciones. Intenté contestar preguntas, entender psicológicamente a los extremistas. Dejo que cada uno opine. No doy respuestas”. Habla de la empatía que puedes llegar a sentir cuando convives con ellos, está seguro de que si los niños hubieran conocido otras posibilidades tendrían otro futuro. El documental muestra cómo Osama pasa de ser un chaval rebelde y pícaro a la seriedad y la obediencia. “Claro que me gustaría que hubiera tenido un padre que no le lavara el cerebro”, afirma Derki.
Incide en que lo más importante es la educación y ahí es donde cree que Europa y Estados Unidos deberían jugar su papel: en proteger a los niños de la violencia con la que conviven. “Esta se transfiere”. No le parecería controvertido que estos países interfirieran en la educación, lo entiende como “protección”, como la que ejercen los Estados cuando un niño es maltratado en su familia, que se lo retiran. El amor que Abu Osama siente por sus hijos queda totalmente patente, pero es mayor el amor que siente por su ideología. Las palabras Alá, califato o martirio son constantes en el filme, pero Derki aclara que no es una película sobre religión -“ojalá todo el que ama a Dios sienta vergüenza por lo esa gente hace”-. “Es sobre violencia, guerra y educación”.
No tiene esperanza en una solución, lo dice sin paliativos, igual que el franco “no” que responde cuando se le pregunta si quiere volver a su país: “El recuerdo y la nostalgia son cosas estúpidas. La vieja Siria ha muerto. Mi hogar está donde pueda vivir libre y en paz con la gente que quiero”. Quizá las nuevas generaciones, las que han salido y no han vivido entre violencia, muy a largo plazo tengan la posibilidad de regresar. Las que no tengan que pagar esas consecuencias a las que hacía referencia su compañero en Grecia. Derki asegura que cada musulmán, en cualquier parte del mundo, de una manera o de otra, está pagando por aquello.