Era un caluroso domingo de junio en Esmirna. Pese a estar en plena campaña electoral, apenas se veía paseantes por las calles del centro: algunos aprovechaban el buen tiempo para ir a la playa, los más conservadores aguantaban encerrados en sus casas los rigores del ayuno de Ramadán. En un pabellón del Kültürpark estaba convocada una “reunión” del Partido de Acción Nacionalista (MHP). La formación de la ultraderecha nacionalista turca, dividida desde 2016 por una escisión, había decidido no celebrar grandes mítines en espacios abiertos para evitar eventuales fiascos. Las encuestas le otorgaban una intención de voto en torno al 6%, y pronosticaban que su representación parlamentaria habría corrido riesgo de no haber sido porque concurría en alianza con el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) del presidente Erdogan.
A las tres de la tarde estaba previsto que interviniera el veterano Devlet Bahçeli, que dirige el MHP desde 1997. Pero se retrasaba. Media hora. Una hora. Una hora y media. “Está muy cansado y reposa en el hotel”, reconocían en voz baja los organizadores. Desde luego, la campaña electoral de este anciano político (70 años) carecía de garra y el acto apenas congregó a unas 3.000 personas, mientras que su principal rival en la competición de atraer el voto nacionalista, Meral Aksener, congregaba pocas horas más tarde a cinco veces más público en la misma Esmirna.
Y, sin embargo, al abrirse las urnas este domingo electoral se desveló la sorpresa: el MHP obtuvo el 11% de los votos y 48 diputados que lo convierten en clave para el proceso legislativo ya que el AKP, por sí solo, no dispone de mayoría parlamentaria. “Devlet Bahçeli es el gran vencedor de las elecciones. Si no hubiese pedido el voto para Erdogan, éste no habría logrado la reelección como presidente en la primera ronda”, sostiene Özer Sencar, director de la empresa demoscópica MetroPoll, en entrevista con EL PAÍS.
“Erdogan no puede ser presidente”, juraba y perjuraba Bahçeli hace cuatro años, y aseguraba que su partido jamás lo apoyaría. Luego cambió de parecer y le ayudó a aprobar la reforma constitucional que ha permitido transformar el parlamentarismo turco en un régimen presidencial, lo que motivó la marcha de multitud de militantes y cuadros del MHP al recién fundado Partido Bueno (IYI). Fue también Bahçeli el que forzó a Erdogan a anticipar las elecciones, previstas para 2019, lo que muchos creyeron un suicidio político.
Y, sin embargo, estos vaivenes políticos no han sido castigados. Al contrario, han sido la razón de su éxito: la pérdida de votos hacia el IYI ha sido compensada recogiendo multitud de votos procedentes de AKP, que ha bajado siete puntos porcentuales respecto a las últimas elecciones. Este hecho se ha reflejado incluso en algunas provincias del sureste de Anatolia con importante presencia kurda, como Urfa, Gaziantep y Kilis, donde el voto de castigo al AKP no ha pasado al HDP, el principal defensor de la causa kurda pero al que se ve como demasiado cercano al grupo armado PKK, sino al MHP, que defiende una política de cero concesiones a los nacionalistas kurdos.
Según Sencar, la transferencia de votos procede de gente que “no está satisfecha con la situación económica y quiere enviar un mensaje al Gobierno, pero no está dispuesta a abandonar a Erdogan” y pasarse a un bando opositor que los medios progubernamentales no se han cansado de tachar de traidor a la nación y amigo de los terroristas. “Son votantes conservadores de ideas nacionalistas que basculan entre MHP y AKP”, añade el analista.
“Tomamos nota de los resultados en las legislativas”, dijo Erdogan la noche electoral. Ya antes de los comicios, el presidente turco había acusado a su propio partido de sufrir “fatiga” y había ordenado cambiar dirigentes locales e incluso alcaldes en aquellas ciudades donde no obtenía los resultados esperados (Erdogan, ya desde los años ochenta, encarga encuestas y las repasa manera casi obsesiva).
Además de en las legislativas, el voto ultranacionalista, que en las presidenciales de 2014 optó por el candidato opositor o no acudió a las urnas, ha sido imprescindible para apuntalar la victoria de Erdogan, vencedor con un apoyo mayor al estimado por los sondeos. Varios simpatizantes del MHP entrevistados antes de los comicios respondían de la misma manera a la pregunta de por qué votarían por el presidente: “Porque ahora aplica las políticas que hemos defendido siempre” o “Porque respeta la filosofía del MHP”. Erdogan, liberal durante los 2000, negociador con los kurdos el primer lustro de esta década, ha dado paso a un discurso muy nacionalista desde mediados de 2015.
Ahora resta saber qué reclamará el MHP a Erdogan a cambio de la continuidad de su apoyo, y las quinielas sitúan a Bahçeli como vicepresidente. Fundado en 1969 por el coronel Alparslan Türkes (juzgado en 1945 por “actividades fascistas” e implicado en el golpe de Estado de 1960), el MHP se hizo famoso por sus escuadras de pistoleros en la década de los setenta, pero en los noventa matizó su discurso hacia posiciones más pragmáticas, lo que le permitió participar en un gobierno de coalición con el centroizquierda y el centroderecha (1999-2002) en el que se aprobaron numerosas medidas para adecuar la legislación turca a la de la Unión Europea. Con todo, ha mantenido las bases de un discurso fuertemente identitario.