El cómic está pescando en todos los charcos. Uno de ellos, cada vez más frecuentado, es el de las adaptaciones de obras literarias. Solo en los últimos meses se han publicado, entre otras, versiones de Sostiene Pereira, El diario de Ana Frank o La ciudad de cristal. Aunque en este mercado predominan las novelas gráficas de títulos que han arrasado en las librerías (un ejemplo fue Suite francesa), de cuando en cuando algún dibujante se desmarca con una elección de riesgo, motivada más por la obsesión personal que por el cálculo comercial. Le ocurrió a Rayco Pulido, que se rebeló contra el desconocimiento de la figura de Pérez Galdós entre sus alumnos canarios y decidió aunar sus fuerzas como profesor y como dibujante para crear Nela, una sutil relectura gráfica de Marianela.
Ahora se ha traducido al español El jugador de ajedrez, el álbum donde el dibujante David Sala reinterpreta la última novela que escribió Stefan Zweig antes de suicidarse en Brasil en 1942. Una traslación que también nació de una fijación del ilustrador por Novela de ajedrez, el texto donde Zweig condensó la perversión nazi de la que había huido y que ha sido llevado al cine, al teatro y a la ópera. El escepticismo ante el proyecto salta por los aires gracias a la gran carga evocadora de sus páginas, que lo mismo entroncan con una fotografía de Robert Doisneau en París que con telas diseñadas por Klimt y otros modernistas vieneses.
David Sala (Décines, Francia, 1973), curtido antes por otras adaptaciones literarias (Nicolás Eymerich, inquisidor), ha huido del facilismo de lo literal. Sin adulterar el espíritu de la novela, ha optado por crear un álbum donde todo el poder descansa sobre lo visual, con la pátina ensoñadora de las acuarelas, páginas con ventanas al estilo de Richard McGuire y una composición secuenciada sobre la locura capaz de transmitir el abismo de la sinrazón sin apenas palabras. La fuerza del dibujo traslada tanto la intensidad del duelo entre dos singulares jugadores de ajedrez como el trauma de la tortura que sufrió en el pasado uno de ellos. Los colores a veces están al servicio del mar y a veces de la claustrofobia del barco. Una versión gráfica capaz de valerse por sí misma, con valor añadido y dispuesta a emanciparse de la obra que la inspiró. Mucho más que una partida acabada en tablas.