El pasado fin de semana se abrieron de manera grave y contundente las venas de México. Nunca se había tenido un Viernes Santo tan cruento como el que se vivió ese 19 de abril en Veracruz.
Mi objetivo dista mucho de contribuir al amarillismo con el que se ha manejado la prensa. El fondo de los asesinatos que conmocionaron a los mexicanos tiene un mensaje concreto y preocupante.
Si bien hemos vivido un incremento estrepitoso en los niveles de violencia en los últimos años, la violencia a la que me referiré como “sicaria” se limitaba a los grupos delictivos y enfrentamientos entre cárteles.
No tiene caso enfocarnos en el aumento de homicidios durante los primeros meses del nuevo gobierno, y no solo me refiero al numero de homicidios, sino también al nivel de crueldad con el que se están llevando a cabo.
Parecería ser que México es hoy un semillero de sociópatas cuyo objetivo concreto es generar terror entre la población.
La matanza de Minatitlán dejó muy en claro que la violencia no es exclusiva ni excluyente. No respeta genero, edad, inocencia o culpa. Hoy sabemos que cualquiera es objeto de ser asesinado a sangre fría frente a su familia y con su familia.
¿Qué lleva a la descomposición social que estamos viviendo en la actualidad?
Desde mi punto de vista, podemos reconocer el debilitamiento de las instituciones y la falta de un estado de derecho. La violencia sí se crea y no se destruye, solo se transforma. Al ser un mecanismo por medio del cual algún grupo de personas domina a otros, se necesita sobrepasar el nivel con el que se operaba con anterioridad.
La patología social se ha agudizado con la polarización social, las redes sociales han sido un detonante que ha contribuido a magnificar pequeños pedazos de realidad. Es así que hoy por hoy sabemos que si somos un niño de un año, un transexual, una estudiante de nutrición o un narco, podemos morir violentamente a manos de cualquier verdugo que no siente la más mínima preocupación por pisar alguna prisión o enfrentarse a la ley. Muy probablemente, nunca lo hagan.
Muchas teorías recorren ya los lamentables hechos. El fondo es aún incierto, pero la forma ha sido muy clara. Si los mexicanos no reconocemos la amenaza en la que estamos inmersos, será imposible dar marcha atrás a la descomposición social que acecha al país.