El Masters de Augusta es posiblemente el torneo deportivo más difícil para establecer pronósticos. Fallar es lo más sencillo. Patrick Reed, ganador el año pasado, no figuraba entre los 20 primeros favoritos cuando arrancó la semana. El triunfo de Sergio García en 2017 se pagaba a 41 euros por euro apostado el día que empezó el evento, y el de Danny Willett, el sorprendente maestro de 2016, a 60.
Pero por más que la experiencia desaconseje señalar favoritos, resulta difícil no mirar estos días hacia Rory McIlroy, el hombre que desde 2015 persigue el particular Grand Slam. Tiene un US Open (2011), un British (2014) y dos PGA Championship (2012 y 2014). Sólo le falta la chaqueta verde para unirse al exclusivo club que componen Bobby Jones, Jack Nicklaus, Tiger Woods, Ben Hogan, Gary Player y Gene Sarazen. Este año llamará a su puerta por quinta vez.
El norirlandés, que acumula cinco Top 10 consecutivos en sus últimas cinco visitas a Augusta -más que ninguno de sus rivales esta semana-, afronta el Masters en uno de los mejores momentos de su carrera. No ha bajado de la novena posición en ninguno de los siete torneos que ha jugado este año, su regularidad es asombrosa, y hace un mes ganó The Players, considerado el 'quinto grande' y uno de los pocos títulos importantes que faltaban en su fantástico palmarés.
McIlroy ha dejado atrás las diferentes molestias físicas que le impidieron gozar de regularidad en los últimos años y la continuidad ha hecho aflorar su extraordinario talento para este deporte tan complejo llamado golf. Pocos jugadores del mundo reúnen tantas cualidades como él cuando está al cien por cien. Si está fino en los 'greenes' -su talón de Aquiles en los últimos tiempos- puede ganar en cualquier campo.
