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03 junio 2019

El boxeo lo salvó de la violencia callejera


Aquel niño que hace 20 años se perdía entre las tardes con los que hoy llama “amigos equivocados”, aquel que continuamente recibía un “tú no puedes, tú estás muy gordo”, como respuesta a sus sueños, y que peleaba contra policías, hoy es el primer mexicano campeón mundial de peso completo.

Andrés Ponce Ruiz tenía sólo siete años cuando enfundó sus puños, y cruzó por vez primera las cuerdas para entrar al inhóspito ring, que a veces vapuleaba sus ánimos.

En aquellos años, la vida no encontraba un rival compatible con su edad, por lo que peleaba contra chicos más grandes y mejor preparados que colocaban durísimos ganchos a su autoestima.

“En un momento dado sí fui un poco sensible al respecto. Siempre fui un niño grande. En mi primera pelea amateur, tenía siete años y no había niños en mi peso, así que luché contra hombres mayores. Me costó acostumbrarme y a veces me deprimía (…) yo era un pequeño gángster y el boxeo me salvó la vida”, expresó el oriundo de Mexicali, Baja California, quien con 10 años de edad encaraba a los policías.

Eran sus puños y el soporte eterno de su padre, Andrés Ruiz, el impulso de un corazón valiente. “Dejé de escuchar a los escépticos que me decían ‘eres demasiado gordo para estar en los grandes escenarios’”, agregó el conocido como Destroyer.

Fernando Ferrer fue su entrenador como amateur. Con él consiguió un récord de 105-5 y dos títulos en la Olimpiada Nacional. Así, buscó poner su nombre en el olimpismo al pelear por la clasificación a los Juegos Olímpicos, de Beijing 2008, una meta infructuosa, pero que no definiría la carrera del mexicano.

En 2009 debutó en el profesionalismo, y para 2013 ganó su primer cetro internacional, al vencer en Arabia Saudita al estadounidense Joe Hanks, por el título vacante intercontinental de la OMB. En 2019, la suerte unió todos sus engranes para hacer avanzar el esfuerzo de Andy.

El estadounidense Jarrell Miller era retador del británico, tetra campeón mundial completo Anthony Joshua, pero luego falló a tres controles antidopaje consecutivos y con la función encima, era imposible posponer el pleito. El mexicano hizo lo nunca antes visto: envió un mensaje, vía Instagram, al promotor Eddie Hearn para solicitar una oportunidad. Entre incredulidad y premura, aceptaron su premeditada oferta.

Andy subió los escalones hacia el ring entre abucheos, burlas, incredulidad y los pronósticos en contra (30 a 1 en las apuestas), pero nada afuera era más grande que lo que emergía en su interior: el valor de un hombre de fe y corazón indómito.

El ring salvó de las calles y la violencia a un niño que hoy da aliento a aquellos que se salen de lo convencional, que han visto juzgados sus pasos y vapuleados sus sueños, que hoy ven en Andy, el Destroyer, la esperanza de brillar entre lo adverso, de ser un arcoiris en la oscuridad.

Por Katya López

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