Por: Alicia García-Molina
Estamos terminando la semana mal y de malas. Lo que para muchos parecía ser un triunfo en las negociaciones con nuestro país vecino nos ha dejado más vulnerables de lo que estábamos antes de la visita de Marcelo y su cacahuate-adicta comitiva.
Por si fuera poco, nos enteramos que las esperanzas de una familia se desvanecieron cuando las autoridades encontraron un cuerpo coincidía con las características del chico secuestrado unos días antes. No importó que hubieran pagado el rescate ni que cientos de personas mostraran su empatía y preocupación. Según los análisis periciales, los asesinos habían concretado el crimen mucho antes de que sus padres tomaran un avión para llegar a la CDMX.
Deprimente, preocupante y lamentable, así es como podemos resumir el caso de Norberto Ronquillo. El es el ejemplo tangible de lo que sucede en ésta gran metrópoli, pero también retrata lo que sucede en todo el país.
No entraré en la polémica comparación de cifras de homicidios e inseguridad en México, pero hechos como éste nos regresan a una realidad en la cual todos somos vulnerables a la violencia que nos envuelve sin importar edad, género, condición social, color de piel, etc.
La parte que debería de quitarnos el sueño es algo aún mas grave que se empieza a desprender de éste tipo de hechos. La justificación y la minimización de una enfermedad social.
Es imposible que ante casos como el de Norberto se busque siempre un móvil de ajuste de cuentas, que se le quiera plantear en un contexto de un crimen pasional y hasta darle un giro en el que resulte relevante saber era una persona a la que “le gustaba el alcohol y las mujeres” como se escribió en algunos medios.
¿Esto justifica su asesinato?, ¿si hubiera sido un estudiante mediocre o que fuera reprobando sería aceptable su muerte?
Hubo quien incluso se atrevió a tuitear “un pendejo fresa menos” ¿qué nos está pasando como sociedad?.
Alguien que se atreve a alegrarse por la muerte de otra persona no merece la calidad de ser humano. La polaridad y los revanchismos sociales se han apoderado del discurso de cualquier mexicano.
La única medicina es la impartición de justicia en un Estado de Derecho. Lo he repetido varias veces y lo seguiré escribiendo. Desdibujar la legalidad nos está llevando a extremos en los que ya no se encuentran los límites que son el fundamento de nuestras garantías individuales. ¿Cuánto más podrá resistir lo poco que queda de tejido social?
Ningún fresa debe morir así como ningún niño; anciano; indígena; chairo; derechairo; trans; mujer; empresario; etc. Cada que un mexicano muere, muere un pedazo de México.