Roberta Evangelista no puede ver policías ni soldados. Tampoco retenes. Desde hace cinco años, los rostros de todos le parecen iguales. Evocan ese momento en que su vida se quebró de forma irreversible, en la oscuridad del cruce a Santa Teresa, camino a Iguala. Aquella noche que su hijo de 15 años, David Josué, subió al camión de los Avispones de Chilpancingo para no volver más con vida. Lejos de olvidar el atentado, lo que crece en ella es el coraje. La desconfianza en la justicia, en esta trágica historia, paralela a la de los normalistas de Ayotzinapa.
Nada ha cambiado desde ese 26 de septiembre. Al menos, no para los padres de las víctimas. Roberta hoy no puede estar sola. Las fotos de El Zurdito, los videos, suelen depositarla en el mismo sitio que cambió sus días. Cuando eso ocurre, su esposo o algún familiar llegan a casa de visita. Y luego está el basquet, esa pasión que conserva desde que era niña. En el Polideportivo de la ciudad, la que corre, encesta y roba balones es ella, en el equipo de Las Winners (Las Ganadoras). Dos o tres veces por semana. Así como le hubiera gustado a David, aunque él tuviera sueños de futbolista
“Su pasión era el futbol. Las personas que lo vieron jugar se dieron cuenta que daba todo por ganar. Era aficionado de Chivas. Aquí formó parte de la cuarta división, en la escuelita del equipo. Viajó a Guadalajara, participó en un torneo cuando tenía 13 años y se tomó fotos con El Bofo Bautista. Las chicas se peleaban por él en la secundaria. Quería ser como Cristiano Ronaldo. Mi otro niño, Víctor, es fanático de Messi y tenía con él esa rivalidad. Trataba de que sus tenis no fueran Adidas, sino Nike como Cristiano”, recuerda, en entrevista con El Heraldo de México.
Desde esa noche, los partidos de Los Avispones ya no cuentan con Roberta. Tiene prácticamente dos años que dejó de ir al estadio. Y si por alguna razón estuvo, fue para ser parte de alguna ceremonia. Los directivos la han llamado para que vuelva a apoyarlos, porque David siempre va a ser un avispón. Pero para ella lo mejor es dar ese paso. Alejarse, marcar distancia, pues, desde que no está más El Zurdito, las fechas y los lugares que los hicieron felices ya no son los mismos.
Mi hijo más pequeño, Jesús, tiene 13 años y sigue preguntando por él. Es algo que me ha costado mucho sacar adelante. Porque después de que David falleció, dejó de entrenar y de salir. Se la pasaba mucho tiempo encerrado, escribiendo cosas. El día de la tragedia ninguno de los tres tuvo clases. Estuvieron en casa, armaron porterías con las sillas y se pusieron a jugar futbol. Cuando llegué, encontré varios cuadros rotos. Fue el último día que se divirtieron juntos, tal vez uno de los más sagrados”.
La última vez que Roberta volvió al cruce a Santa Teresa fue hace 15 días. Llegó hasta ahí, después de hora y media de camino por la carretera federal, para hacerle limpieza y llevarle flores a su hijo. Imaginándose lo que vivió el 26 septiembre de hace cinco años, cuando el caso de Los Avispones quedó a la sombra de los 43 normalistas. El primer aniversario, las autoridades montaron un mural con el nombre de las víctimas. En el segundo, una placa metálica. A partir del tercero, sin embargo, ya no aparecieron.
“Estamos a expensas de lo que determine el Poder Judicial de la Federación, porque ni la Fiscalía General de la República ni la propia Comisión Nacional de Derechos Humanos nos han dado respuesta. Esto lo han dilatado dándole vueltas al asunto. Tenemos varios procedimientos de litigio, que nuestros abogados llevan. Hemos buscado un acercamiento con autoridades federales y no se ha dado. Tampoco ellos han hecho algo por buscarnos. Con la Comisión de la Verdad, que hoy existe, nos mantienen relegados en todo momento. Siempre se habla de los 43 normalistas desaparecidos, no del caso Avispones. Y eso nos da coraje, porque no somos importantes para las autoridades”.
Recientemente, la Suprema Corte de Justicia de la Nación ordenó a la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas volver a cuantificar el daño causado a los integrantes del equipo. En sus tesis LVIII/2018 y LIX/2018, la Segunda Sala del máximo tribunal estableció que la compensación subsidiaria puede aplicar a favor de las víctimas cuando, por cuestiones fácticas, el responsable del delito no pueda reparar el daño.
Hasta ahora, no sabemos nada. Nuestros abogados estuvieron interviniendo, pero no hay ninguna respuesta referente a las indemnizaciones de forma general. Desconocemos las cantidades. Yo sé que sabiendo la verdad no me van a regresar a mi niño, pero nos daría mucha tranquilidad saber lo que pasó. A estas alturas, ya no creo en la justicia. Tuvimos la llamada ‘Verdad histórica’, que sólo fueron mentiras. Ahora viene este gobierno, no sabemos si realmente va a investigar”.
Septiembre es el mes más triste desde hace cinco años para Roberta. El mes que cambió la vida de todos, con el adiós de El Zurdito. De las preguntas que siguen abiertas, tiene respuesta para sólo una: fueron policías. Nadie se lo quita de la cabeza. Por eso, no los puede ni ver.