Entrada la segunda parte el Villarreal roba el balón en su campo y se dispone a lanzar un contragolpe por el carril derecho. Corren hacia atrás en el repliegue defensivo Ansu Fati y De Jong, interpelados por la jugada y en situación muy avanzada. Su sprint por tanto arranca de lejos, pero ambos son los primeros en llegar para interceptar la pelota y abortar el peligro, adelantando a rivales y compañeros de equipo, que van a otra velocidad.
Es cierto que ambos tienen las piernas frescas porque han empezado como suplentes, pero la ventaja que sacan en una carrera de 20 metros es más que significativa. La secuencia ha contrapuesto el trote contra el galope. La misma sensación se repite cuando Fati o De Jong se hacen con el balón, ya no digamos cuando contactan entre sí. Se produce entonces una electricidad añorada, que compañeros suyos, antiguos héroes hoy en horas bajas, ya no transmiten.
Todas las transiciones entre viejo y nuevo orden son complejas y delicadas. La del Barça, equipo campeón, no será una excepción. Ernesto Valverde, en su tercera temporada, se encuentra en esa tesitura, manejando como puede un proceso de cambio cada vez más evidente. Le han encargado al entrenador hacerse cargo de una especie de revolución, visible a través de decisiones drásticas como el destierro de Ivan Rakitic, que ha pasado de intocable a prescindible, y acelerada por la fenomenal irrupción de un talento de 16 años llamado Ansu Fati. En medio de estas señales van apareciendo otras más sutiles pero también significativas como alguna suplencia intercalada de Sergio Busquets o la sustitución, el pasado martes sin ir más lejos, de Luis Suárez con el partido todavía sin sentenciar.
El delantero uruguayo, cuyo rendimiento en el Barcelona ha sido extraordinario (un repaso a sus estadísticas goleadoras invita a desplegarle una alfombra roja), acostumbra a requerir de una puesta a punto lenta al principio de cada temporada. La presente no
es una excepción. Valverde está por la labor de garantizarle partidos para irse entonando, un lujo
ganado a base de galones. Sucede que en anteriores cursos nadie cuestionaba cualquier deferencia hacia Suárez, y ahora esa unanimidad en torno al jugador no es tal.
El Camp Nou le despidió con tibieza (no es cierto lo de la pitada) porque no hizo un buen partido y porque aún planea en el ambiente su decisión de operarse justo antes de la final de la Copa del Rey pudiéndolo hacer después.
La recta final del partido de la noche del martes, con Messi lesionado y el uruguayo relevado, acabó con un 4-3-3 muy marcado con los extremos abiertos. El izquierdo lo ocupó el citado Fati y el derecho un reaparecido Dembélé, jugador también joven con una facilidad pasmosa para el regate cuando tiene el día. Griezmann, gran apuesta de la secretaría técnica a cambio de 120 millones de euros, acabó jugando por el centro, la única demarcación que le encaja porque cuando es desplazado a cualquiera de los dos costados sus prestaciones bajan en picado. Es esa la paradoja: Suárez, Griezmann y Messi son los titulares, pero los dos primeros no parecen muy compatibles.
Capítulo aparte merece el argentino, santo y seña del Barça pretérito y presente y capacitado igualmente para liderar la transición hacia los nuevos tiempos, impulsado por su extraordinario nivel de juego. Su primera media hora ante el Villarreal estuvo a la altura de su leyenda, el problema es que le están torturando las lesiones. Un problema en el sóleo de la pierna derecha se acabó agravando hasta retrasar más de lo esperado su debut oficial. El martes, de hecho, protagonizó su estreno como titular en este curso, pero notó un pinchazo en el aductor izquierdo que le llevó a no saltar al terreno de juego tras el descanso.
Entrada la segunda parte el Villarreal roba el balón en su campo y se dispone a lanzar un contragolpe por el carril derecho. Corren hacia atrás en el repliegue defensivo Ansu Fati y De Jong, interpelados por la jugada y en situación muy avanzada. Su sprint por tanto arranca de lejos, pero ambos son los primeros en llegar para interceptar la pelota y abortar el peligro, adelantando a rivales y compañeros de equipo, que van a otra velocidad.
Es cierto que ambos tienen las piernas frescas porque han empezado como suplentes, pero la ventaja que sacan en una carrera de 20 metros es más que significativa. La secuencia ha contrapuesto el trote contra el galope. La misma sensación se repite cuando Fati o De Jong se hacen con el balón, ya no digamos cuando contactan entre sí. Se produce entonces una electricidad añorada, que compañeros suyos, antiguos héroes hoy en horas bajas, ya no transmiten.
Todas las transiciones entre viejo y nuevo orden son complejas y delicadas. La del Barça, equipo campeón, no será una excepción. Ernesto Valverde, en su tercera temporada, se encuentra en esa tesitura, manejando como puede un proceso de cambio cada vez más evidente. Le han encargado al entrenador hacerse cargo de una especie de revolución, visible a través de decisiones drásticas como el destierro de Ivan Rakitic, que ha pasado de intocable a prescindible, y acelerada por la fenomenal irrupción de un talento de 16 años llamado Ansu Fati. En medio de estas señales van apareciendo otras más sutiles pero también significativas como alguna suplencia intercalada de Sergio Busquets o la sustitución, el pasado martes sin ir más lejos, de Luis Suárez con el partido todavía sin sentenciar.
El delantero uruguayo, cuyo rendimiento en el Barcelona ha sido extraordinario (un repaso a sus estadísticas goleadoras invita a desplegarle una alfombra roja), acostumbra a requerir de una puesta a punto lenta al principio de cada temporada. La presente no
es una excepción. Valverde está por la labor de garantizarle partidos para irse entonando, un lujo
ganado a base de galones. Sucede que en anteriores cursos nadie cuestionaba cualquier deferencia hacia Suárez, y ahora esa unanimidad en torno al jugador no es tal.
El Camp Nou le despidió con tibieza (no es cierto lo de la pitada) porque no hizo un buen partido y porque aún planea en el ambiente su decisión de operarse justo antes de la final de la Copa del Rey pudiéndolo hacer después.
La recta final del partido de la noche del martes, con Messi lesionado y el uruguayo relevado, acabó con un 4-3-3 muy marcado con los extremos abiertos. El izquierdo lo ocupó el citado Fati y el derecho un reaparecido Dembélé, jugador también joven con una facilidad pasmosa para el regate cuando tiene el día. Griezmann, gran apuesta de la secretaría técnica a cambio de 120 millones de euros, acabó jugando por el centro, la única demarcación que le encaja porque cuando es desplazado a cualquiera de los dos costados sus prestaciones bajan en picado. Es esa la paradoja: Suárez, Griezmann y Messi son los titulares, pero los dos primeros no parecen muy compatibles.
Capítulo aparte merece el argentino, santo y seña del Barça pretérito y presente y capacitado igualmente para liderar la transición hacia los nuevos tiempos, impulsado por su extraordinario nivel de juego. Su primera media hora ante el Villarreal estuvo a la altura de su leyenda, el problema es que le están torturando las lesiones. Un problema en el sóleo de la pierna derecha se acabó agravando hasta retrasar más de lo esperado su debut oficial. El martes, de hecho, protagonizó su estreno como titular en este curso, pero notó un pinchazo en el aductor izquierdo que le llevó a no saltar al terreno de juego tras el descanso.
Ayer el club emitió un comunicado en el que se habla de “elongación” sin especificar el periodo de baja. La primera impresión indica que la lesión no reviste excesiva gravedad pero, por precaución, su convocatoria para Getafe el sábado está descartada y es duda contra el Inter en el Camp Nou.