Son tiempos de descontento y por tanto de rebelión juvenil.
De acuerdo con cifras consignadas por The Guardian y confirmadas en proyecciones de población, hoy por hoy poco mas de 41 por ciento de la población mundial tiene menos de 25 años y comparte una característica: frustración.
En Hong Kong o en Chile; en Rusia o Estados Unidos; India, Irak o Libano; Honduras o España, hay una creciente irritación por lo que se percibe como falta de oportunidades, concentración del poder y la riqueza.
De acuerdo con el politólogo español Manuel Castells, “la democracia no existe, por muchas elecciones que se hagan, si no anida en la mente de los ciudadanos. Es esa confianza en las instituciones la que está siendo puesta en cuestión, induciendo, en primer lugar, nuevas alternativas políticas de izquierdas o derechas. Y cuando estas tampoco funcionan (porque las estigmatizan como populistas y van por ellas las cloacas del Estado y medios de comunicación), no queda más que la calle, acampadas, manifestaciones”.
Los motivos aparentes pueden ser otros, por cierto. En Chile fue un aumento de cuatro centavos de dólar en el precio del pasaje del Metro, en Hong Kong una propuesta de ley para deportar delincuentes a China; en Ecuador una medida para retirar un subsidio al precio de combustible…
Las razones son divergentes, pero comparten una apariencia de nimiedad cuando comparadas con el tamaño de la reacción que provocaron. Pero en realidad sólo fueron las chispas que encendieron el fuego.
De acuerdo con Simon Tisdall, una buena parte del problema no está en que los jóvenes estén predispuestos a rebelarse contra lo establecido, sino a su creciente conocimiento de factores que los afectan: “Las generaciones más jóvenes tienen algo más de lo que sus mayores carecían: están conectados. Más personas que nunca tienen acceso a la educación. Son más saludables parecen estar menos vinculados por las convenciones sociales y la religión. Son mutuamente conscientes. Y sus expectativas son más altas”.
Catells aseguró en La Vanguardia, de Barcelona, que “la gran mayoría de los ciudadanos no confían en los partidos políticos, no se sienten representados por parlamentos y gobiernos y piensan que la clase política en su conjunto está atrincherada en la defensa de sus intereses y de su corrupción”.
The Guardian explica que “gracias a las redes sociales, la ubicuidad del inglés como lengua común y la globalización y democratización de la información en Internet, personas más jóvenes de todos los orígenes y ubicaciones están más abiertas a opciones de vida alternativas, más en sintonía con derechos y normas “universales”. como libertad de expresión o un salario digno, y menos preparados para aceptar su negación”.
Por lo pronto la irritación y las manifestaciones públicas se han dado mayormente en países con regímenes mas o menos abiertos polìticamente.
En Venezuela, sin embargo, se ha reflejado hasta hoy en una emigración masiva, que habla mucho, sea de los alegatos de represión como de la situación económica.
Pero a izquierda y derecha hay denominadores comunes. Las disposición a reprimir el descontento mediante la violencia cuando necesario y a través de la desinformación, la mentira y la manipulación con igual frecuencia.
De acuerdo con cifras consignadas por The Guardian y confirmadas en proyecciones de población, hoy por hoy poco mas de 41 por ciento de la población mundial tiene menos de 25 años y comparte una característica: frustración.
En Hong Kong o en Chile; en Rusia o Estados Unidos; India, Irak o Libano; Honduras o España, hay una creciente irritación por lo que se percibe como falta de oportunidades, concentración del poder y la riqueza.
De acuerdo con el politólogo español Manuel Castells, “la democracia no existe, por muchas elecciones que se hagan, si no anida en la mente de los ciudadanos. Es esa confianza en las instituciones la que está siendo puesta en cuestión, induciendo, en primer lugar, nuevas alternativas políticas de izquierdas o derechas. Y cuando estas tampoco funcionan (porque las estigmatizan como populistas y van por ellas las cloacas del Estado y medios de comunicación), no queda más que la calle, acampadas, manifestaciones”.
Los motivos aparentes pueden ser otros, por cierto. En Chile fue un aumento de cuatro centavos de dólar en el precio del pasaje del Metro, en Hong Kong una propuesta de ley para deportar delincuentes a China; en Ecuador una medida para retirar un subsidio al precio de combustible…
Las razones son divergentes, pero comparten una apariencia de nimiedad cuando comparadas con el tamaño de la reacción que provocaron. Pero en realidad sólo fueron las chispas que encendieron el fuego.
De acuerdo con Simon Tisdall, una buena parte del problema no está en que los jóvenes estén predispuestos a rebelarse contra lo establecido, sino a su creciente conocimiento de factores que los afectan: “Las generaciones más jóvenes tienen algo más de lo que sus mayores carecían: están conectados. Más personas que nunca tienen acceso a la educación. Son más saludables parecen estar menos vinculados por las convenciones sociales y la religión. Son mutuamente conscientes. Y sus expectativas son más altas”.
Catells aseguró en La Vanguardia, de Barcelona, que “la gran mayoría de los ciudadanos no confían en los partidos políticos, no se sienten representados por parlamentos y gobiernos y piensan que la clase política en su conjunto está atrincherada en la defensa de sus intereses y de su corrupción”.
The Guardian explica que “gracias a las redes sociales, la ubicuidad del inglés como lengua común y la globalización y democratización de la información en Internet, personas más jóvenes de todos los orígenes y ubicaciones están más abiertas a opciones de vida alternativas, más en sintonía con derechos y normas “universales”. como libertad de expresión o un salario digno, y menos preparados para aceptar su negación”.
Por lo pronto la irritación y las manifestaciones públicas se han dado mayormente en países con regímenes mas o menos abiertos polìticamente.
En Venezuela, sin embargo, se ha reflejado hasta hoy en una emigración masiva, que habla mucho, sea de los alegatos de represión como de la situación económica.
Pero a izquierda y derecha hay denominadores comunes. Las disposición a reprimir el descontento mediante la violencia cuando necesario y a través de la desinformación, la mentira y la manipulación con igual frecuencia.