Liz Knight es una mujer que convivió desde muy chica con la alergia al látex, entre otras. A los 12 años, los médicos descubrieron que también era alérgica al cabello humano, por lo que debieron cortarle el pelo.
“Cuando tenía cuatro años fuimos a visitar a un pariente que tenía un loro. Recuerdo que estacionamos en el camino de entrada. Mis padres entraron con mis dos hermanas y yo me quedé fuera”, recordó Liz.
En ese momento la mujer se dio cuenta que no podía hacer lo que todos hacían: “La presencia del loro significaba que tenía que quedarme sola en el auto. Me hizo sentir muy excluida. No podía hacer lo que hace la gente normal”.
En la década de 1990, cuando estaba en una feria con su familia, empezó a sospechar que tenía alergia al látex: “Una de mis hijas me entregó varios globos de helio antes de salir corriendo para hacer algo. Después de sostenerlos debí tocarme la cara porque fue cuando comenzó una grave reacción”.
Liz, que tiene ahora 56 años, cree que desarrolló la alergia al exponerse repetidamente al látex en las continuas visitas al médico. Su vida cotidiana cambió drasticamente. Ya no puede leer un periódico, porque la tinta contiene látex, y los mismo pasa con los botones de los controles remotos e incluso el secador de pelo.
Siempre que haya obras cerca, Liz tiene que mantener sus puertas y ventanas cerradas porque la superficie de la calle también contiene látex. “A menudo me siento atrapada. A veces me quedo en casa hasta una semana, solo porque es más seguro”, cuenta Liz.