Las ultimas semanas de marzo fueron un golpe de malas noticias. Todo el mundo estaba sufriendo, pero para los mexicanos el inicio de año comenzó siendo una vuelta en la rueda de la fortuna y se convirtió en una montaña rusa con caída libre y giros de trescientos sesenta grados.
Si bien los mexicanos cargábamos con problemas de antaño, por primera vez en la historia del país se superó a la inercia. El movimiento se detuvo y se empezó a girar en sentido contrario. Si esto es benéfico o va en perjuicio nacional y para no entrar en polémicas que no atañen hoy a esta opinión, dejaremos para día de muertos el análisis y evaluación.
Todo se ha paralizado a excepción de las peores pesadillas. La economía mundial pende de un hilo, los miles de números que nos muestran las estadísticas diarias no son otra cosa que personas de todas las clases sociales, edades y género que mueren cada minuto.
Lo que a mi juicio ha sido igualmente doloroso ha sido meter en una olla de presión a una de las peores enfermedades sociales. La violencia intrafamiliar está en su máxima efervescencia en todo el mundo.
Si tomamos como referencia datos del centro telefónico para la violencia doméstica (National Domestic Violence Hotline) podemos encontrar que en un mes se reciben alrededor de 2000 llamadas telefónicas de denuncia o auxilio. Durante la cuarentena, en tan solo catorce días (del 10 al 24 de marzo de 2020) se recibieron 951 llamadas.
Estamos hablando de un país en el que las denuncias son procesadas con mayor transparencia y la justicia tiene una impartición más eficaz.
En México la Red Nacional de Refugios registró un incremento de 60% de llamadas telefónicas y 30% mas de solicitudes de refugio por violencia intrafamiliar.
Entonces no todo se detiene. La descomposición social no se pone en pausa ni se baja la curva de la misma por mantenernos en cuarentena, más bien viceversa.
La epidemia más grave está por venir, hablamos de disfunciones emocionales que a mi juicio y después de ver los recientes crímenes de abuso infantil y violencia de género así como presenciar la impunidad de quienes los comenten, se pronostica tristemente un panorama dantesco.
Eduquemos y eduquémonos en la medida de nuestra capacidad para identificar situaciones de peligro, seamos lo suficientemente responsables para afrontar y reconocer si somos opresores u oprimidos y hablemos mucho con los niños, los jóvenes e incluso los adultos. No esperemos que las cosas mejoren, seamos proactivos para que mejoren.
