Era una soleada mañana de agosto cuando una lluvia de fragmentos de roca espacial regó Santa Filomena, un empobrecido pueblo del árido agreste brasileño. Con ella, irrumpieron en este recóndito rincón del país decenas de cazadores de meteoritos, cuyos pedazos llegan a ser vendidos por más de 18.000 dólares.
La inusitada presencia de investigadores, coleccionistas y comerciantes de este tipo de rocas llegadas del espacio resucitó a Santa Filomena en el olvidado mapa del “Sertao”, como se conoce a la vasta región semiárida del nordeste de Brasil y que João Guimarães Rosa retrató en su libro “Grande Sertão: Veredas”.
Y no era para menos. Tres días después de la lluvia de fragmentos de meteoros, registrada el 19 de agosto, una veintena de “desconocidos” comenzó a recorrer las calles y parajes de Santa Filomena en busca de pedazos de la piedra espacial, algunos ofreciendo cantidades de dinero de las que muchos de los habitantes, en su mayoría jóvenes, nunca soñó en tener.
Desde entonces, la fiebre de los meteoritos se apoderó de ese remoto municipio de poco más de 14.000 habitantes situado en el interior del estado de Pernambuco (nordeste) y la única posada de la localidad pasó a ser una especie de punto de venta de rocas galácticas.
“UN REGALO DEL CIELO”
“Fue un regalo que le cayó del cielo a una comunidad de poco poder adquisitivo, con la quinta peor renta per cápita de Pernambuco, pero es también un apelo y una oportunidad de transformar la región con el turismo astronómico”, comentó a Efe Diego Alencar, miembro de la Sociedad Astronómica de Recife (SAR).
Alencar, que también es fotógrafo especializado en este tipo de fenómenos, recalcó que el trabajo de los primeros investigadores que llegaron al lugar fue el de “catalogar, documentar y pesar los fragmentos”, antes de que los habitantes del pequeño municipio los vendiesen a los comerciantes extranjeros.
“El fenómeno atrajo a dos estadounidenses, un uruguayo y un puertorriqueño que ya son conocidos en el comercio de este tipo de piedras y las revenden a universidades, museos o coleccionistas, pero nosotros consideramos que una parte de los fragmentos debe quedarse en Brasil y en la ciudad para crear un museo”, apuntó.
Los comerciantes extranjeros llegaron a ofrecer hasta 100.000 reales (unos 18.500 dólares) por algunos de los fragmentos de mayor tamaño, como el de 38 kilogramos que fue hallado por un campesino y está resguardado en la única comisaría policial del municipio hasta que su “dueño” consiga venderlo.
“En una región con clima seco y sin lluvia casi todo el año la vida es complicada. Por eso la parte social es tan importante como la científica y no existe motivo para que no las podemos unir”, resaltó Alencar, quien lamentó que en Brasil no exista una legislación para este tipo de casos, como sí la tiene Argentina.
El físico y profesor de ciencias José Carlos de Medeiros, fundador del grupo de astronomía Astro Agreste y primer investigador en llegar a Santa Filomena después del fenómeno, defiende también que parte de los fragmentos se quede en la ciudad y otra con el Museo Nacional de Río de Janeiro, aunque ninguna institución se ha pronunciado oficialmente hasta el momento.
“Es una comunidad que ya sufre con el intenso sol y la sequía. No queremos que se quede sólo en la historia por este capítulo. A partir de lo que pasó podemos crear el ‘Circuito de los Meteoritos’ y poder traer niños y jóvenes de toda la región y del país interesados en estos asuntos”, señaló a Efe el investigador.
La alcaldía de la localidad ya expresó su deseo de que las piedras permanezcan en Santa Filomena, aunque admitió que no tiene recursos para comprarlas ni para impedir a sus habitantes que las vendan.
“El comercio de las piedras dejó a la población eufórica. Yo sé que no puedo decirles ‘no vendan’ si no tengo condiciones de ofrecerles nada mejor”, señaló el alcalde del pueblo, Cleomatson Vasconcelos, al portal de noticias G1.
Los fragmentos llegaron a destruir techos de casas, del único bar y de la iglesia principal del municipio de 14.000 habitantes localizado a 719 kilómetros de Recife, la capital regional, algunos cayendo a escasos centímetros de distancia de personas que ese 19 de agosto paseaban por las calles.
El investigador Marcelo Zurita, del Brazilian Meteor Observation Network (Bramon), explicó a Efe que se trató de “un bólido de una roca espacial de entre unas dos y cinco toneladas, de la cual entre un 10 a 12 % sobrevivió porque no fue consumida durante el pasaje atmosférico”.
A través del sistema de cámaras en varias puntos de la región de la plataforma Clima Ao Vivo, el observatorio Bramon indicó que los fragmentos pueden estar esparcidos en una área de treinta kilómetros de largo por cuatro de ancho.
El asteroide, “en su fase visible luminosa”, tuvo cuatro segundos de brillo y la velocidad con la que llegó a la atmósfera terrestre fue de 18 kilómetros por segundo (unos 65.000 kilómetros por hora), que se redujo a 12,9 kilómetros por segundo y terminó impactando el suelo a 300 kilómetros por hora, destacó el investigador.
Zurita recordó que en el actual siglo está prevista la mayor lluvia de meteoritos nunca vista en Brasil, apenas comparable con la que tuvo lugar en Pesqueira, también en el agreste de Pernambuco, en 1923.