“¿Qué actividades se pueden hacer la próxima semana?”, pregunta un usuario de Facebook. “¡Quedarse en casa!”, responde otro usuario.
El grupo de Facebook llamado “¿Qué está pasando en St. Thomas?” se ha visto inundado de comentarios mordaces que instan a los viajeros a mantenerse alejados.
Es un cambio fuerte. Antes de la pandemia, los intercambios entre turistas y residentes de la isla significaban promesas de diversión. Ahora, los operadores turísticos del continente que administran la página de Facebook intentan eliminar rápido cualquier expresión de enojo.
En la cercana Puerto Rico, la fricción se ha extendido a la vida real. Informes de medios de comunicación han detallado varios episodios en los que los turistas, escapando de las restricciones pandémicas en sus países de origen, se volvieron violentos y destruyeron mercadería cuando se les pidió que usaran mascara dentro de tiendas.
ECONOMÍA VS SALUD La pandemia de COVID-19 ha enfrentado los intereses económicos con las guías de salud pública en todo Estados Unidos. Puerto Rico y las Islas Vírgenes sienten esta tensión de manera aguda, ya que ambos territorios estadounidenses dependen del turismo para generar ingresos y proporcionar empleos. Cada vez más, los lugareños han comenzado a preguntarse si vale la pena arriesgarse a dar la bienvenida a los turistas.
El turismo representa más de la mitad del producto interno bruto de las Islas Vírgenes de los Estados Unidos. En Puerto Rico, la industria representa 80.000 empleos y aproximadamente el 6,5% de la economía total de la isla.
Pero los isleños no solo son vulnerables a los trastornos económicos de COVID-19.
A los residentes tanto de Puerto Rico como de las Islas Vírgenes se les diagnostica condiciones de salud crónicas como diabetes y enfermedades cardiovasculares en tasas más altas que en la mayoría de los estados continentales, lo que los pone en mayor riesgo de desarrollar complicaciones si contraen el virus.
En resumen, la misma industria que representa un salvavidas económico para los isleños amenaza su capacidad de proteger su salud.
MEDIDAS TEMPRANAS Cuando COVID-19 impactó a fines del invierno, Puerto Rico y las Islas Vírgenes adoptaron sólidas estrategias de prevención, incluso antes que la mayoría de los estados continentales.
En Puerto Rico, la gobernadora Wanda Vázquez emitió una orden ejecutiva el 15 de marzo, que literalmente cerró la isla al imponer un toque de queda, una orden de quedarse en casa y cierres de negocios. Los primeros casos de coronavirus se reportaron allí el 13 de marzo.
De igual manera, el gobernador de las Islas Vírgenes, Albert Bryan Jr., emitió órdenes ejecutivas que prohibieron que hoteles, villas y otros alojamientos aceptaran huéspedes por placer entre el 25 de marzo y el 1 de junio.
El área permaneció abierta a viajeros de negocios, tripulaciones de vuelos, funcionarios de salud, personal de emergencia, residentes e invitados del gobierno. Según una actualización del 20 de marzo del Departamento de Salud, el territorio tenía, en ese momento, seis casos confirmados de COVID y 43 resultados de pruebas pendientes.
Sin embargo, ninguno de los territorios pudo cerrar sus aeropuertos. Los funcionarios locales no tienen la autoridad para hacerlo porque el gobierno federal regula la aviación.
“Parte del desafío de ser una colonia de los Estados Unidos es que, ya sabes, no tenemos control sobre nuestras fronteras”, dijo Hadiya Sewer, presidenta y cofundadora de St. JanCo: The St John Heritage Collective , una organización de preservación del patrimonio cultural y derechos territoriales en la pequeña isla de St. John, parte de las Islas Vírgenes.
Aún así, las medidas agresivas, aunque efectivas, se cobraron un precio para residentes como Melina Aguilar.
Antes del cierre, la emprendedora de 31 años trabajaba como guía turística para Isla Caribe, una empresa que fundó y que ofrece recorridos históricos a pie por Ponce, Puerto Rico. La orden de quedarse en casa en marzo cerró el negocio de Aguilar durante tres meses.
Aguilar dijo que el sacrificio habría valido la pena si la isla hubiera podido mantener el control de la propagación al cerrar la frontera y hacer cumplir la cuarentena de 14 días para los viajeros. Pero no funcionó de esa manera. Según datos de The New York Times, el promedio de casos al 1 de mayo, mientras Puerto Rico todavía estaba cerrado, fue de 42 por día. El 1 de julio, el promedio fue de 102 casos. Para el 15 de julio, 233.
APERTURA Para el verano, ambos territorios estaban ansiosos por reabrir negocios. Con muchos destinos de vacaciones en el extranjero prohibiendo la entrada de los viajeros estadounidenses, parecía que el continente cercano estaría lleno de bañistas que, después de vivir bajo órdenes de quedarse en casa durante meses, estarían listos para viajar, sin necesidad de pasaporte, a disfrutar del sol y la arena.
Puerto Rico dio la bienvenida formalmente a los turistas el 15 de julio sin dejar de imponer algunas restricciones relacionadas con COVID. Al igual que en las Islas Vírgenes, los funcionarios exigieron a los viajeros que presentaran documentación de un resultado negativo de la prueba para COVID a su llegada.
El doctor Victor Ramos, presidente de la asociación médica de la isla que está involucrado con el grupo de trabajo médico de Puerto Rico, dijo que estas decisiones expusieron de alguna manera las diferencias “entre el grupo de trabajo médico que favorece el cierre y el grupo de trabajo económico que quiere dejar todo abierto”.
En julio, la economía local estaba en ruinas. El Departamento de Trabajo informó que más del 21 % de la fuerza laboral de la isla estaba recibiendo asistencia por desempleo relacionada con la pandemia en la semana que terminó el 1 de agosto.
LOS TURISTAS NO SON LOS PRINCIPALES TRANSMISORES Pero el creciente número de casos atribuidos a los viajeros llevó a los funcionarios locales a alentar que solo se permitieran los viajes esenciales. Hasta el 24 de agosto, la isla había registrado más de 30.700 casos de COVID y al menos 395 muertes, según la base de datos de The New York Times.
Sin embargo, los datos del gobierno indicaron que el aumento de casos en Puerto Rico no había sido causado por turistas. Ellos no son los culpables, insistió Leah Chandler, directora de marketing de Discover Puerto Rico, el sitio oficial de turismo de la isla en internet. Más bien, la propagación se relacionó con los residentes de la isla que regresaban a casa después de visitar puntos calientes de COVID como Texas y Florida.
A pesar de la pandemia mundial y las restricciones, ambos territorios no han experimentado escasez de veraneantes. “Habríamos esperado que éste fuera un momento lento en términos de turismo”, dijo Sewer. “Pero estamos muy ocupados”.
Aún así, los recuentos de casos de COVID no se movían en la dirección correcta en ninguno de los territorios, por lo que no fue una sorpresa cuando Puerto Rico cerró días después de la reapertura y las Islas Vírgenes hicieron lo mismo el 19 de agosto.
Los problemas socioeconómicos y de salud subyacentes ponen a los residentes en ambos lugares en alto riesgo. No se trata solo de la prevalencia de enfermedades crónicas como la diabetes y las enfermedades cardiovasculares.
El elevado número de hogares multigeneracionales en ambas áreas complica la capacidad de una familia para distanciarse socialmente de sus miembros más vulnerables.
Aproximadamente una cuarta parte de la población de Puerto Rico y las Islas Vírgenes tiene 65 años o más, y la pobreza es generalizada.
ATENCIÓN SANITARIA
Además, ambos territorios tienen una infraestructura de atención médica limitada, lo que dificulta imaginar que puedan cuidar a sus propias poblaciones en una emergencia, y mucho menos a los visitantes que podrían enfermarse e ir a la isla si el virus aumentara.
En Puerto Rico, alrededor del 60 % de los ventiladores de la isla para adultos estaban disponibles el 24 de agosto. Sin embargo, las camas de terapias intensiva son más difíciles de conseguir, dijo Ramos. Están llenas de pacientes con COVID y de aquellos cuyas condiciones empeoraron después de evitar la atención por temor a contraer el virus, dijo.
La serie de problemas que han asolado a estas islas magnifica los efectos de la pandemia. Eso incluye crisis de deuda y daños a la infraestructura por huracanes y terremotos. Los residentes también temen la posibilidad de luchar contra un huracán y un brote de coronavirus al mismo tiempo.
Los investigadores de huracanes de la Universidad Estatal de Colorado predicen una temporada de huracanes en el Atlántico 2020 “extremadamente activa”.
“EN ESTE PUNTO, LITERALMENTE TENEMOS DESASTRES SUPERPUESTOS”, EXPRESÓ SEWER, DE ST. JOHN’S COLLECTIVE.
Por Chaseedaw Giles y Carmen Heredia Rodríguez
(Kaiser Health News -KHN- es un servicio de noticias sin fines de lucro que cubre temas de salud. Es un programa editorialmente independiente de Kaiser Family Foundation -KFF-, que no tiene relación con Kaiser Permanente).